"¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Unico, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él." (Jn 3, 16-17)
Es esta iniciativa que toma Dios al venir a revelarnos su gran amor y misericordia la que celebramos en cada Navidad. Lo magestuoso de esta venida es el contexto en el que se realiza.
Si bien, como dice justificadamente Leonardo Boff en un reciente artículo de su blog, podemos hablar de que la historia de Belén es más un Mito con una intencionalidad teológa que un relato histórico, en esa intencionalidad esta marcado el contexto de pobreza, fragilidad y pequeñez que particularizan el mensaje como acontecimiento salvífico desde la opción por y desde los pobres.
Desde la Navidad también Dios nos envía a nosotros, desde nuestra pequeñez y fragilidad, a ser otros Cristos, sus hijos, como envió al Unigénito, no para condenar al mundo sino para salvarlo.
¿El camino? la humildad, el construir junto con otros y desde abajo, con la ternura y amor propia de los niños.
Estoy convencido que si en nuestros trabajos, nuestras acciones políticas o gremiales, tomamos este camino de servicio, de construcción de comunión, de tomar la iniciativa para buscar las soluciones más favorables a las mayorías se abrirán mayores posibilidades de crecimiento social y también religioso.
Lic. Prof. Ernesto Gabriel Cela - ernestocela@gmail.com
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